Muchos de los problemas que están surgiendo en esta gran crisis mundial por el COVID-19 derivan de lo poco que sabemos todavía de este nuevo virus, el SARS-CoV-2. Lo que sí sabemos es que es extremadamente contagioso, que alrededor del 80% cursa con síntomas leves, que alrededor de un 20% cursa con síntomas más graves y que su mortalidad oscila alrededor de un 1%.
El problema es que actualmente no disponemos de evidencias científicas sólidas para conocer cuál sería la estrategia de salud pública que mejor funciona para frenar a este virus. De hecho, algunos aspectos que comenté sobre el COVID-19 en anteriores publicaciones hoy ya han quedado obsoletas. Por ejemplo, dije en una ocasión que en Reino Unido decidieron no hacer confinamiento, pero como ya sabéis, esto cambió después. Hay países que aplican unas medidas y otros otras: unos con tests masivos, otros limitan los tests, unos con confinamiento absoluto de toda la sociedad, otros permiten salidas al aire libre respetando el distanciamiento social, y así un largo etcétera.
En este post quiero hablar sobre las medidas que se están adoptando en mujeres embarazadas, tan dispares de un lugar a otro ¡estando dentro del mismo país!
Pero antes de hablar de ello también quiero rescatar algunos fragmentos de mi libro ‘Hablemos de vaginas’ para intentar explicar por qué sucede esto, por qué este caos de estrategias de salud pública, por qué en un momento dado una sociedad científica apoya una medida y en cambio, otra apoya lo contrario, o por qué una misma sociedad científica cambia de opinión de un día para otro.
Aclaremos primero qué es esto de las ‘evidencias científicas’. El concepto de Medicina Basada en la Evidencia (MBE) comenzó como un movimiento para mejorar la calidad clínica; en los años sesenta comenzó a cuestionarse la falta de consenso y gran variabilidad en las decisiones y prácticas médicas. El desempeño de la actividad médica no debe basarse en creencias, ni en rutinas que ni se cuestionan, ni en sacar conclusiones generales a partir de experiencias clínicas aisladas o de estudios científicos mal diseñados. La práctica médica debe tener rigor científico, de esta necesidad surge el concepto de la MBE que se define como un proceso cuyo objetivo es el de obtener y aplicar la mejor evidencia científica en el ejercicio de la práctica médica cotidiana. Para ello, se requiere la utilización concienzuda, juiciosa y explícita de la mejor información científica disponible en la toma de decisiones sobre el cuidado sanitario de los pacientes. El concepto fue desarrollado por un grupo de internistas y epidemiólogos clínicos de la Escuela de Medicina de la Universidad McMaster de Canadá y en 1992 fue publicado en la revista JAMA, en un artículo titulado ‘Evidence-based medicine. A new approach to teaching the practice of medicine’.
La finalidad es aportar más ciencia al arte de la Medicina mejorando la información científica para la práctica médica. No valen las creencias, ni creer que un tratamiento funciona ni el «esto siempre se ha hecho así», lo que sirve en la MBE es lo que está científicamente contrastado y demostrado.
Tampoco es suficiente con que un estudio diga tal cosa y que por ello esto sea verdad absoluta, sino que además la MBE establece una escala de clasificación jerárquica de la información científica disponible; a partir de esta escala (hay varios tipos de escalas pero todas son muy parecidas) se establecen las recomendaciones respecto a la adopción de un determinado procedimiento. Esto significa que cuando hablamos de evidencia científica hay que tener en cuenta que existen diferentes niveles, ya que no todos los estudios son iguales (hay unos mejor diseñados que otros).
En la escala de niveles de evidencia científica se establece como nivel más alto de evidencia los metaanálisis (que son los grandes estudios con muestras poblacionales enormes) y el nivel más bajo de evidencia científica son las opiniones de un comité de expertos o bien la experiencia clínica de una autoridad respetada *NOTA: este peldaño más bajo de evidencia es la que más se está manejando con el caso del COVID-19 porque no ha dado tiempo para disponer de metaanálisis bien diseñados.
Por eso, cuando decimos que algo tiene evidencia científica porque lo dice una autoridad, en realidad, estaríamos en el nivel más bajo de evidencia. En cambio si digo que tomo una decisión clínica determinada porque me baso en las recomendaciones sacadas de un metaanálisis estaría tomando la mejor decisión según la MBE.
Ahora bien, puede haber un metaanálisis con unas conclusiones y después más adelante puede salir otro nuevo metaanálisis con conclusiones diferentes, o incluso contrarias, al anterior, porque así es la ciencia: verdades que pueden dejar de serlo en cuanto otro estudio mejor diseñado contradiga al anterior.
¿Entonces es la ciencia igual a verdad absoluta? Pues evidentemente, no. ¿Y en qué se diferencia de las pseudociencias? Pues en que la ciencia utiliza lo que llamamos el método científico, que es una forma de investigación basada en lo empírico (experiencia) y en la medición, y que tiene dos características: la reproductibilidad (capacidad de poder repetir el experimento por cualquier persona) y la refutabilidad (puede ser susceptible de ser falsada), por ello las verdades científicas no son verdades absolutas e inamovibles. Por eso el dogmatismo es totalmente opuesto a la ciencia, el saber científico siempre está abierto a nuevos cambios, de hecho muchos actos médicos que hacíamos antes y que se consideraban completamente adecuados, en cambio hoy, después de otros nuevos estudios mejor diseñados, se consideran totalmente erróneos. La ciencia no es cuestión de fe sino de aplicar el método científico y de demostrar, y no debería tener problemas con tirar al cubo de la basura cualquier cosa que anteriormente se demostró como verdad, siempre y cuando un nuevo estudio de mayor evidencia científica así lo demuestre.
Pseudociencias y Cientificismo
Las pseudociencias son creencias o afirmaciones que se presentan como científicas pero sin seguir el método científico, con lo cual las conclusiones que sostienen no son ni reproductibles ni refutables, y esto nada tiene que ver con la ciencia, más bien con la fe, los dogmas o las creencias. Pero luego está el otro extremo: el cientificismo. El cientificismo es llevar la ciencia al extremo de creer en ella como única verdad (esto es básicamente contrario a la ciencia). Las consecuencias del cientificismo son:
- Si solo es verdad lo que científicamente se demuestra, lo que no está estudiado ni siquiera existe.
- Hay muchos de los aspectos humanos que pertenecen al terreno de lo experienciable que son difíciles de medir y cuantificar.
El cientificismo es una visión reduccionista del saber humano, porque no todo es medible y porque acaba excluyendo otros puntos de vista eliminando la dimensión psicológica de la experiencia u otros saberes humanísticos como las ciencias sociales, la ética, la filosofía, la historia, la literatura… El cientificismo no deja de ser una consecuencia de esa separación entre ciencias y humanidades, y en la Medicina conduce a la pérdida del arte y el humanismo. Ante una crisis humanitaria de este calibre, con más razón no debe separarse el saber científico del saber que aportan las humanidades (la filosofía, la ética, las ciencias sociales…), necesitamos estar todos a una.
Ni en las pseudociencias ni en el cientificismo, incluso ni en la mismísima ciencia existen las verdades absolutas, y dentro de la ciencia existen niveles de evidencia que pueden ir cambiando según los estudios que van siendo publicados. Actualmente como las evidencias de todo lo relacionado con el COVID-19 están en los escalones más bajos de la escala de la MBE es lógico que las recomendaciones que tenemos un día cambien al día siguiente o que las recomendaciones de un país las enfoquen de una forma y en otro de otra.
COVID-19 y decisiones que afectan a las embarazadas
En el anterior post expliqué que algunas sociedades científicas estaban en contra de que las mujeres con COVID positivo dieran el pecho, aunque personalmente me centré en lo que dijo UNICEF y la OMS que sí apoyaban la lactancia poniendo una serie de medidas de higiene estrictas, ya que me pareció mucho más razonable, pues a través de la leche materna se le da al bebé y a la madre innumerables beneficios (entre ellos anticuerpos para reforzar su sistema inmunológico).
Una de las sociedades que estaba en contra de la lactancia materna en estos casos era la SEGO (Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia) basándose en que como no se sabe mucho sobre este virus les resultaba prudente contraindicarla (siguiendo el modelo chino), pero por suerte, la SEGO ha cambiado de opinión y en sus últimas recomendaciones sí que apoya la lactancia materna.
Me preocupa muchísimo la nueva estrategia que se ha tomado en algunos hospitales españoles no dejando a la parturienta estar acompañada en el paritorio por su pareja (o por la persona que ella elija). Entiendo que es algo que han decidido con la mejor de las intenciones, pero está siendo una estrategia que está generando mucha ansiedad y estrés en las embarazadas en un momento tan trascendente en la vida de las personas como es el hecho de tener un bebé. Confío en que los hospitales que hayan tomado esta decisión cambien su estrategia, en esto la SEGO recientemente se ha pronunciado a favor del acompañamiento. No olvidemos que algo tan sencillo como es el acompañamiento a la embarazada durante el parto es tremendamente importante para la salud óptima de la madre y el bebé, dando lugar a mejores resultados perinatales tal y como se explica en este metaanálisis de la Cochrane realizado con más de 15.000 mujeres (Link).
Con las evidencias disponibles hoy por hoy, me consta que en muchos hospitales importantes de Madrid como el 12 de Octubre se está permitiendo el acompañamiento a las parturientas (siendo Madrid una de las ciudades más castigadas por el virus).
Entiendo que las decisiones tomadas por los diferentes comités son muy complejas, es normal que no siempre sean acertadas porque todavía estamos aprendiendo. No es momento para juzgar, no pretendo hacer juicios de valor, porque me consta que todos en esta lucha queremos aportar lo mejor en esta crisis sanitaria. Solo espero y deseo que por el bien de las embarazadas, tengan a bien cambiar esta estrategia de evitar el acompañamiento, ya que está generando muchísima ansiedad en este colectivo de personas vulnerables en un momento tan crucial de la vida como es el hecho de dar a luz.
Espero y deseo que podamos abordar esta crisis de la mejor forma posible entre todos los implicados, para encontrar una solución eficaz, desde una perspectiva científica pero también humana. Desde aquí quiero enviar un mensaje de esperanza y de ánimo. Creo firmemente que seremos capaces de superarlo.