En el post anterior (Parte I) hablaba de los aspectos que convierten la educación sexual en una herramienta útil, completa y beneficiosa, y de lo necesario que es que los adolescentes tengan acceso a una educación e información sexual de calidad. En esta nueva entrega continuamos hablando de sexualidad, volviendo al origen: la educación sexual se inicia desde la cuna.
La primera experiencia amorosa que se vive en la vida es la relación de apego con la madre, y, como ya hemos dicho en este blog, un apego seguro repercutirá positivamente en el neurodesarrollo de la criatura, y por ende en su buen desarrollo psicosexual.
El recién nacido en su etapa oral siente placer cuando succiona, la propia lactancia es placer para el bebé, y eleva la oxitocina tanto en la madre como en el hijo. El contacto íntimo, sentirse acurrucado, las caricias, el piel con piel… todo esto activa la neurobioquímica del placer: así es la sexualidad del bebé, que obviamente nada tiene que ver con la sexualidad adulta.
El parto y la lactancia, además, son parte de la sexualidad femenina, es más, se activan las mismas hormonas, neurohormonas y neurotransmisores que en una relación sexual de pareja. Pero debido a ese modelo hipersexualizado de mujer del que hablamos y a esa dicotomía no resuelta placer-reproducción, se deslinda la reproducción de la sexualidad humana.
“El parto y la lactancia son parte de la sexualidad femenina; es el modelo hipersexualizado de mujer que impera en la sociedad el que deslinda la reproducción de la sexualidad humana”
Es de lo más inverosímil llegar a este punto donde fenómenos relacionados con la propia reproducción (parto y lactancia) se entienden como algo ajeno a la sexualidad, cosa lógica si pensamos que la idea de sexualidad que se tiene hoy es aquella que se centra en el placer al servicio del hombre, pues nada tiene que ver ese tipo de sexualidad con la lactancia o el parto.
El asunto llega a tal punto que las mamas de la mujer molestan en su función como alimento, vínculo y placer para el bebé, está mal visto el placer de la lactancia, porque las mamas solamente están bien consideradas cuando se encuentran dentro de esa función hipersexualizadora de atracción sexual para el varón.
No hay más que ver algunos experimentos sociales que se han hecho donde dos mujeres están sentadas en un banco: una muy atractiva con un escote enorme y la otra mujer dando el pecho a su hijo, y la mayoría de la gente que pasaba miraba con desagrado a la mujer que daba el pecho.
El establecimiento de una relación de apego seguro entre la madre y su bebé está asociado a una estrecha relación que facilitará al bebé una sexualidad saludable cuando llegue a su etapa adulta. El antropólogo James W. Prescott, en sus múltiples investigaciones en diferentes sociedades y culturas, concluyó que el origen de la violencia y la asimetría entre hombres y mujeres estaba en la crianza poco cercana y poco amorosa, de modo que las sociedades en las que el contacto y el placer somatosensorial entre madre-criatura es escaso, son sociedades más violentas y más represivas con la sexualidad; en cambio, aquellas en las que el contacto amoroso con las criaturas es mayor, son sociedades más pacíficas y menos represivas con el sexo.