La sexualidad, al igual que todo lo referente al cuerpo humano, no tiene una dimensión exclusivamente biológica, sino que además tiene una influencia social y cultural muy marcada. Es un espectro muy amplio que no se reduce exclusivamente a la genitalidad, al coito o a la reproducción.
En este post abordaré solamente algunos temas relacionados con la sexualidad, pero seguro que me dejaré mil cosas más en el tintero, ya que se trata de un tema muy amplio y con numerosas facetas e implicaciones.
Empecemos por el principio. Así define la OMS la sexualidad humana:
“Un aspecto central del ser humano, a lo largo de su vida. Abarca al sexo, las identidades y los papeles de género, el erotismo, el placer, la intimidad, la reproducción y la orientación sexual. Se vive y se expresa a través de pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores, conductas, prácticas, papeles y relaciones interpersonales. La sexualidad puede incluir todas estas dimensiones, no obstante, no todas ellas se vivencian o se expresan siempre. La sexualidad está influida por la interacción de factores biológicos, psicológicos, sociales, económicos, políticos, culturales, éticos, legales, históricos, religiosos y espirituales”.
Complejo, ¿verdad? Pero también diverso, variado, rico en matices… como cada aspecto que afecta a la vivencia y esencia del ser humano. Y es que en cada cultura, contexto social y personal se vive la sexualidad de forma muy diferente.
Nuestra cultura: la mujer, objeto de placer.
En nuestra cultura, por su forma dicotómica y jerárquica de ver el mundo, la sexualidad tiende a ser ‘parcelada’, limitándose a una visión reduccionista de cuerpos normativos y actos también normativos.
Así, en lugar de entender el sexo como algo inherente al ser humano desde que nace hasta que muere, reducimos el sexo a “parcelas”: determinadas partes del cuerpo, determinados actos, determinadas edades.
Los medios de comunicación, el medio audiovisual, las películas, el ámbito publicitario… Todos utilizan el sexo como reclamo, de una u otra forma. Casi siempre reducido a una interacción básica hombre-mujer con cuerpos jóvenes y perfectos, desde una perspectiva falocéntrica, donde la mujer es un mero objeto de placer y deseo (la dadora de placer) y el hombre es el sujeto de placer (el que disfruta). En esta visión reduccionista, todo acontece según unos patrones y unas normas adheridas a un formato muy estereotipado que únicamente sirve para provocar en muchas personas problemas de autoestima y desconexión de lo que realmente significa una sexualidad libre y plena.
Si además añadimos una educación sexual precaria y castrante con cualquier tipo de diversidad que salga de lo normativo, esto da lugar a los diversos tabúes y mitos que aún sufrimos en nuestra sociedad.
El sexo, como bien define la OMS, es un aspecto central en el ser humano, y hay que entenderlo como tal, es decir, darle la importancia que tiene respecto a la salud y el bienestar de la persona: porque somos seres sexuados queramos o no, una sexualidad sana sirve para ser feliz y pasa por conocerse a uno mismo, aprendiendo a amarse y a respetarse, pues amar y respetar a otra persona no es posible si no te amas y respetas antes a ti mismo.
Visión reduccionista.
Desde pequeños, es habitual que todo lo que rodea a la sexualidad se silencie. Muchas cosas no se nombran, o se ocultan; otras se desnaturalizan, y finalmente “aprendemos” de lo que dicen por ahí que es el sexo, con un formato reduccionista y un poso importante de tabú, llegándonos información en muchas ocasiones trasnochada y distorsionada, cuando no directamente irreal o falsa.
Así, el sexo queda reducido a:
- Partes anatómicas concretas.
Reducimos el placer sexual a la genitalidad. Así, por ejemplo, se da excesiva importancia a situar los centros de placer exclusivamente en puntos concretos: la vagina, el clítoris, el punto G, el útero, etc. En el hombre, sobre todo preocupa el tamaño del pene, también la erección y la eyaculación en el momento exacto.
Está fenomenal investigar por nuestra cuenta los lugares que nos dan placer, es muy bueno conocerse, pero obsesionarse o reducirlo exclusivamente a puntos anatómicos concretos puede limitarnos en el disfrute de otras dimensiones del sexo, pues realmente el órgano sexual más importante de todos, sin duda, es el cerebro, y el más extenso es la piel.
Según esta visión, sobraría decir cosas como que una mujer histerectomizada (extirpación quirúrgica del útero) puede sentir exactamente el mismo placer sexual que antes, y es que ya he hablado con muchas mujeres que se sienten “castradas” por esto, cuando en realidad no es así, todo está en su cerebro: si tenemos ideas preconcebidas en las que asociamos la feminidad al aparato reproductor y creemos que la ausencia de útero afectará a nuestra sexualidad por supuesto que nos afectará, si no tenemos este tipo de creencias no nos afectará en absoluto.
Lo mismo sucede con las mastectomías; la sexualidad no se vería mermada si la mujer no asocia en su cerebro la ausencia de mamas con la pérdida de su feminidad (cosa muy difícil por el inmenso valor sexual que se da a las mamas en nuestra cultura).
Es más, yendo mucho más allá de los genitales: personas con disfunción genital como los parapléjicos o tetrapléjicos pueden gozar de una sexualidad plena como cualquier otra persona. Efectivamente, el sexo en los discapacitados (físicos o psíquicos) también existe, pues cuando decimos que la sexualidad es algo inherente a los seres humanos, es precisamente eso: a todos los seres humanos.
“Es muy bueno conocerse, pero obsesionarse o reducirlo exclusivamente a puntos anatómicos concretos puede limitarnos en el disfrute de otras dimensiones del sexo, pues realmente el órgano sexual más importante de todos, sin duda, es el cerebro, y el más extenso es la piel”
Y es que si el órgano sexual más potente es el cerebro, y el más extenso es la piel, si hay piel y cerebro es posible disfrutar de una sexualidad plena. Debemos luchar contra la concepción del sexo que tenemos a nivel social, que resulta a veces muy limitadora con las personas con cualquier tipo de diversidad.
Francesc Granja lo explica muy bien en su libro «Vivir el sexo» : cómo descubrió su sexualidad siendo tetrapléjico y cómo aprendió a dar y recibir placer desde cualquier parte de su cuerpo, desarrollando un tipo de sexualidad mucho más consciente y completa, planteando una reflexión sobre la naturaleza y los límites del deseo.
- El coito como la única forma posible de relacionarse.
Si las personas con disfunción genital pueden disfrutar de una sexualidad plena, podemos imaginar la cantidad de formas distintas que existen de comunicarse sexualmente con uno mismo o con los demás sin pasar por el coito.
La masturbación tampoco tiene nada que ver con la relación coital y también es sexo, con uno mismo, pero al fin y al cabo sexo; sin embargo, en las mujeres todavía hoy, aunque se ha avanzado mucho, es un tema tabú (al igual que la eyaculación femenina o squirting). Incluso algunas mujeres afirman que solamente con el pensamiento pueden alcanzar orgasmos sin ningún tipo de estimulación física.
- Un rango de edad determinado.
Al hablar de sexualidad, automáticamente excluimos de la ecuación tanto a la tercera edad como a los niños. Esto es un error: las personas somos seres sexuados y con capacidad para vivir la sexualidad con plenitud desde que nacemos hasta que morimos. Obviamente, en cada edad se vive de forma diferente. ¿Los ancianos disfrutan de la sexualidad? ¡Pues claro! ¿Y los niños y niñas? ¡Pues claro!
Hace poco en una conversación entre mujeres surgió el tema de una niña de 5 años que se masturbaba, y… las caras de horror de esas madres reflejaban perfectamente el enorme tabú que aún existe al respecto.
La masturbación femenina, el último tabú, ¡y encima en una niña! Haríamos bien en entender que esto es un comportamiento perfectamente normal y natural: si una niña se frota sus genitales porque ha descubierto que eso le da placer, esto no significa nada más que eso: placer, que absolutamente nada tiene que ver con el placer del sexo asociado al coitocentrismo, ¿dónde está, entonces, el problema?
Probablemente mientras la niña se masturba piensa en cualquier cosa, nada que ver con lo que un adulto pensaría en esta misma situación. Por tanto, lo último que hay que hacer es inhibirla o decirle que eso está mal, ¡todo lo contrario! El enfoque correcto es comunicarnos, explicarle que eso es algo íntimo y suyo, privado, que para nada es malo, y que al ser algo privado, es mejor que lo disfrute en su intimidad.
Si los adultos no somos capaces de comprender que estos comportamientos son algo natural y que no tienen ninguna trascendencia, pondremos los cimientos para que el niño o niña empiece a percibir la sexualidad humana con tabúes, derivando en una visión equivocada. Estaremos educando en sexualidad desde el peor enfoque posible.
En el caso del placer femenino, no podemos negar que todo lo que se aleje del estereotipo coitocentrista tiene una carga de tabú muy importante.
Desde pequeñas, aprendemos el mito de la “media naranja” y la necesidad de encontrar a un “príncipe azul” al que tenemos que gustar y complacer. En este otro post hablo mucho más ampliamente sobre este tema, podéis leerlo aquí.